El año 79
d.C. la ciudad de Pompeya fue sepultada para siempre por las cenizas
procedentes de la erupción del Vesubio. La parada en seco de la vida de esta
ciudad romana nos ha dejado muchas pista sobre como vivían sus habitantes, y lo
cierto es que no vivían nada mal.
Las casas de
los comerciantes de la ciudad se adornaban con lujosos mosaicos que anunciaban
los productos que vendían, como el garum, una popular salsa a base de tripas de
pescado, o los vinos producidos por los viñedos que rodeaban la ciudad.
Gran número de nobles y ricos ciudadanos de Roma tenían en Pompeya una segunda residencia., como Cicerón o Popea (esposa de Nerón), donde escapaban del caluroso verano romano.
Un buen
hotel, con jardines para cenar al aire libre, cercano a las termas, se ubicaba
cerca de la principal avenida de la ciudad.
Las aceras estaban elevadas mas de medio metro en relación a la calzada y había pasos formados por grandes bloques de
piedra para que los peatones cruzasen evitando la suciedad alojada al fondo
(sobretodo heces de los asnos y caballos)
En el anfiteatro se exhibían espectáculos con gladiadores, algunos de los cuales despertaban tantas pasiones como algunas de las actuales estrellas del futbol.
Aunque el
padre de familia era quien ostentaba el poder en la casa, las mujeres
pompeyanas tenían mucha libertad de movimientos y podían decidir por sí mismas
en ciertos asuntos domésticos. Salían de compras, podían cenar con los hombres,
disponían de fortuna y aportaban dinero para obras de beneficencia. A pesar de
esta relativa libertad femenina, el poder, el estatus se expresaba a través del
miembro viril. La ciudad exhibía una sorprendente variedad de falos de todos los
tamaños. Se podían ver en las puertas de
las casas, tallados en la calzada y en las entradas de muchos negocios. El falo
era el símbolo de Pompeya.
En Pompeya había un famosísimo
burdel que tenía cinco habitaciones, cada una de ellas provista de una cama
empotrada y una serie de pinturas de contenido erótico explícito. Sus paredes
mostraban multitud de grafitis jactanciosos.
Los ricos
nobles evitaban el burdel y las tabernas, pues no era de buen gusto. En
compensación, se citaban con los amigos
en sus respectivas casas para disfrutar de banquetes regados con vinos locales. Esa fascinación
por los caldos de la tierra era comprensible en un pueblo que utilizaba al dios
Baco como pretexto para formar cofradías especializadas en
"borracheras" multitudinarias que podían terminar en una orgía en la
que participaban los esclavos más jóvenes del dueño de la mansión.
Toda esta
filosofía de vida quedó bruscamente interrumpida en la mañana de 24 de agosto del año 79, cuando el Vesubio decidió
enterrar aquella bulliciosa villa.
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